Sobreviví a la depresión posparto (PPD)
Mi experiencia personal con la enfermedad mental materna fue con la depresión posparto (PPD), una afección que describo como una neblina de oscuridad que se mueve lentamente y que se escabulle sobre uno hasta que nos consume por completo.
Los síntomas de PPD varían de una persona a otra, por lo que también es muy complicado reconocerlos cuando le suceden a usted. Cuando se trata de PPD, no hay una solución única para todas.
Siempre he intentado ser muy consciente de mí misma. Los psicólogos han sido parte de mi vida desde que era joven. Cada vez que me sentía emocionalmente desequilibrada, iba a terapia un rato, hablaba de lo que me pasaba y rápidamente obtenía el visto bueno.
Cuando estaba embarazada, le dije a mi obstetra/ginecólogo que temía que pudiera experimentar PPD. Me recomendó un psiquiatra y comencé mis sesiones incluso antes de dar a luz a nuestro hijo. Ella me hizo algunas preguntas, algunas de las cuales pensé que eran extrañas, pero respondí con honestidad. Fue genial. También fue la última serie de citas a las que fui durante mucho tiempo.
El inicio de mi depresión posparto
Cuando di a luz, sentí que tenía que ser la mamá perfecta, y pensé que no debía sentirme nada más que fantástica. Sin embargo, en realidad, fue posiblemente la época de mi vida en la que me sentí más asustada y sola.
Mi PPD se presentaba en forma de tristeza extrema, seguida de un aturdimiento emocional con una buena dosis de obsesión y ansiedad. Al principio, lloré mucho. Tenía una rutina y si algo surgía a última hora e interfería, cancelaba todo lo demás que tenía que hacer ese día porque me sentía abrumada. Aceptaba cualquier excusa si significaba quedarme en casa en pijama.
Con el tiempo, me cansé de llorar y empecé a tragarme el bulto que se me formaba en la garganta para evitar las lágrimas. Después de tragarme mis sentimientos por un tiempo, mis emociones se apagaron por completo. Me convertí en un robot pasando por todos los movimientos, pero nunca absorbiendo realmente ninguno de los momentos. Si bien era robótica, todavía me sentía ansiosa y obsesionada.
Mi obsesión me hizo pensar cosas como, “si no acuno a mi bebé exactamente diez veces antes de acostarlo, algo terrible sucederá”. Cosas que se ven en películas de terror.
La ansiedad me mantenía despierta toda la noche para asegurarme de que el bebé estuviera bien, incluso cuando tenía una enfermera de 24 horas seis días a la semana. El temor de que algo terrible pasaría me llevaba a ataques de pánico que me apretaban el pecho, que aceleraban el corazón, que me hacían sudar frío y que no me permitían respirar.
¿Cómo podía estar tan ansiosa y emocionalmente adormecida al mismo tiempo? No tengo idea.
Recibir apoyo y pedir ayuda
El apoyo y la ayuda son fundamentales en la maternidad, independientemente de si está luchando contra la depresión posparto o no. Tenía apoyo. El problema fue que me negué a pedir ayuda. Me sentí increíblemente sola y sentí que no podía ser honesta acerca de lo que estaba sintiendo debido a lo que supuse que la gente podría pensar.
¿Creerían que no era una madre idónea? ¿Qué pasaría si me quitaran a mi hijo?
Así que esperé. Pensé que un día me despertaría y el problema desaparecería. Excepto que ya habían pasado seis meses y eso no sucedió. Finalmente, alcancé mi punto de quiebre. Busque a mi esposo y le dije: “Algo sucede conmigo. No siento nada. Siento que mis emociones están debajo de una roca que se hunde cada vez más en la arena, y cuanto más se hunde, menos siento”.
Tomó mi mano y me dijo con calma, “creo que es hora de llamar al terapeuta”. Estuve casi seis meses encerrada en mi cerebro antes de aceptar recibir ayuda. Cuando volví con mi terapeuta, quien me diagnosticó oficialmente depresión posparto, ansiedad y trastorno obsesivo-compulsivo, decidimos que lo mejor para mí sería comenzar a tomar medicamentos.
El tiempo pasó y sentí que literalmente se me quitaba un peso de encima. La roca ya no estaba y la niebla oscura desapareció. Mientras la medicación cumplía su función, también trabajamos con diferentes herramientas para ayudar a mantener mi salud mental. Aprendí sobre la importancia de priorizar mi autocuidado a través de toda esta experiencia. Cuando comencé a nutrirme, pude nutrir mejor a mi familia.
Convertir el dolor en una plataforma
Una vez que estuve mejor, comencé a hablar sobre mi experiencia. Recibí dos reacciones muy diferentes.
La primera fue la del juicio. Escuché cosas como, “NUNCA podría estar triste después de tener un bebé”, o ¿“cómo uno podría actuar de esa manera cuando se tiene un bebé para cuidar?” o incluso, “¿Por qué se permite sentirse así?” Estas personas no tenían malas intenciones. Simplemente no sabían sobre los trastornos del estado de ánimo y la ansiedad posparto y sobre sus efectos muy reales.
La segunda respuesta que recibí fue de compasión. Descubrí que algunas mamás luchaban con su salud mental, pero no hablaban al respecto debido al estigma. Se sentían igual que yo. No querían ser juzgadas.
Decidí comenzar a abogar por la salud mental materna. El estigma es muy fuerte y muchas madres sienten que tienen que sufrir solas y en silencio. Es crucial que quienes hemos pasado por eso compartamos nuestras historias. Cuanto más compartamos, más sabrán otras madres que no están solas, y que está bien, y que es bueno e importante, pedir ayuda.
Ninguna madre debe sentirse sola cuando lucha con su salud mental. ¡La maternidad ya es bastante dura! Debemos empoderarnos y apoyarnos mutuamente.
Mayo es el mes de la concientización sobre la salud mental. La animo a que se acerque y aproveche el apoyo y la ayuda que tiene a su disposición. Aunque pueda parecer desalentador, realmente hay luz al otro lado de la oscuridad que usted puede estar sintiendo.